31 diciembre, 2009

Una historia de Navidad

En un hogar de tantos celebra la Nochebuena una familia de dos decenas de personas y compuesta por cuatro generaciones. Todos se han hecho regalos mutuamente antes de cenar. Después de intercambiar presentes, besos y gratitudes, cenan opíparamente y charlan entre bromas. Finalizada la cena, los más pequeños estrenan sus nuevos juguetes, los adolescentes se sumergen en sus videoconsolas, las señoras recogen la mesa y los señores fuman y beben copas. Inopinadamente, tres de las adolescentes reclaman la atención de todos, el grupo acude entre sorprendido y contrariado y ellas comienzan a cantar el villancico “Noche de Paz”. Y más sorprendente aún, de pronto se apagan las luces y llaman a la puerta. Cuando la abren aparece un sujeto extrañamente vestido, el cual les dice:

— ¡Shalom! Paz. Paz a esta casa. En mi lengua Shalom significa paz. La misma paz de la que habla ese villancico que cantaban Marta, Cristina y Laura.

Soy judío y mi nombre podría ser Josué, Aarón, Isaac o David, pero digamos que me llamo Simón.

Me han dicho que hoy celebráis una gran fiesta en esta casa. Y como soy educado y respetuoso, me he puesto el talit, este velo blanco que los judíos varones sólo usamos en las grandes fiestas. Nosotros tenemos también grandes fiestas, las tres mayores: la Pascua de Pesaj, la de Sucot o de los Tabernáculos y la de Shavuot o de la Torá, pero esa es otra historia que no os narraré ahora para no aburriros.

Hoy, para expresaros mi respeto, me he puesto el talit, cuyo color blanco representa la pureza de cuerpo y espíritu, y sus flecos el recuerdo de la necesaria observancia de cada uno de los 613 preceptos de la Ley del Talmud. Ningún judío puede vestir el talit sin haberse purificado antes.
En realidad he venido para contaros cómo nació esta fiesta vuestra que celebráis con tanta alegría y que llamáis Navidad.

En la casa apareció un extraño visitante que dijo ser judío.

Veréis: Todo comenzó una noche como ésta en Belén de Efratá, la pequeña ciudad en la que nuestros grandes profetas Miqueas e Isaías anunciaron que nacería el libertador del Pueblo de Israel, el Mesías que nos liberaría del yugo romano. Tal vez llovía, como aquí hoy, pero desde luego no nevaba, porque ni en Judea, ni en Samaria ni en Galilea, ni en ningún lugar de Palestina nieva casi nunca.

Lo cierto es que, por sorpresa, una noche, hace más o menos 2.000 años, un ángel se apareció a un grupo de pastores que estaban descansando de su labor y les anunció que el Mesías que mi pueblo esperaba desde hacía más de 3.300 años acababa de nacer cerca de allí, en un establo. Los pastores no salían de su asombro, y dudaron de la veracidad de las palabras del ángel: “¿Cómo podía nacer el Mesías en un establo, rodeado de bestias?”... Sin embargo, la aparición de una gran estrella que se desplazaba, les convenció. Acudieron al establo y, efectivamente, envuelto en unos simples pañales, allí estaba el recién nacido que había de ser el libertador de Israel. Prueba de ello es que apenas unos días más tarde, tres sabios venidos de diversas partes del mundo, algunos de Oriente, guiados por la misma estrella, llegaron hasta el establo para contemplar al Pequeño y ofrecerle como presentes oro, incienso y mirra.

Con el tiempo, aquel Niño, al que llamaron Jesús, creció y predicó la bondad y el amor. Curó a los enfermos, perdonó a los pecadores, dignificó a las mujeres, y recriminó a los poderosos y a los opresores. Señaló con el dedo a los ricos inmisericordes y desahogados, y aseguró que el Reino de los Cielos es de los niños y los inocentes. Llamó amigos a sus discípulos, resucitó a muertos e hizo grandes milagros. Las gentes comenzaron a seguirle, pero como también desenmascaró a los farsantes y reprendió a los canallas, acabó siendo traicionado y crucificado por los poderosos. Después, sus discípulos dijeron que había resucitado. Muchos hombres y mujeres de mi pueblo les creyeron, y así comenzó la historia de la Navidad.

El nacimiento de aquel Niño, que era el Hijo de Dios, fue un regalo inmenso que el Padre, el Dios único que habita en las alturas, le hizo a la humanidad toda, no sólo al Pueblo de Israel. Y por eso hoy, como un día hicieron los Magos de Oriente, os hacéis regalos, en realidad en recuerdo de aquel regalo, que fue aquel Niño, el regalo mayor y más formidable: que Dios se hiciera hombre.

Muchos creyeron en Jesús. Muchos asumieron que ese Niño bueno que creció y predicó, que curó y perdonó, que fue crucificado y resucitó, era, es, el Mesías. Y así, muchos se bautizaron en la Fe de sus discípulos y amigos, que es la Iglesia, y de esta manera se despojaron del hombre viejo, atávico, pecador y caduco que eran, para convertirse en hombres nuevos, llenos de la caridad y la gracia del Espíritu que impulsa a hacer el bien. Hombres humildes que saben que dar es mejor que recibir y que la abundancia y la justicia consisten en compartir y no en competir.

De hecho, el Mesías condesó toda la Ley en dos solos mandatos: Amar a Dios y a los hermanos.

Por eso, yo, [en este momento el extraño judío se despoja de sus vestiduras mientras habla], Simón, también me despojé de mis antiguos ropajes y mis ataduras, y me bauticé y creí. Y por eso en la pila bautismal me llamaron Pedro y ahora sigo a Cristo y predico su Evangelio, pues Él es el Camino, la Verdad y la Vida.

Eso es lo que quería contaros esta noche. Espero que vosotros también creáis. Os haréis un regalo a vosotros mismos y se lo haréis a Él. Para eso vino. Para eso nació en un establo.

Y como toda esta historia está escrita en los Evangelios, os regalo ahora la Palabra de Dios recogida en ellos. Leedlos, creed, renaced y sed felices en el Amor y la Paz de Jesucristo. [Reparto de Evangelios]
P Merino

2 Comments:

At 11 octubre, 2011, Anonymous Anónimo said...

Sorry, pero el señor del disfrás, es judío? o un cristiano con disfrás de la época de josé y María?

 
At 11 octubre, 2011, Anonymous mariamercedes said...

Pero tú ANÓNIMO si te lo acaba decir él mismo, se llama SIMÓN=PEDRO

 

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