Otro pasaje del Pregón de Semana Santa
Aunque estemos en épocas de feria y ya haya pasado algún tiempo desde que finalizó la Semana Santa, siempre es agradable recordar este pasaje del Pregón especialmente hermoso:
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Ay, Señor de los Gitanos, “amarrao” Tú a tu Columna y nosotros a nuestras humanas miserias, siempre nos fijamos en los boquerones de oro de tu cadena.
Pero a mí me conmueven tus manos. Tus manos encallecidas de carpintero, Señor. Tus manos atadas y enmorecidas como un enorme verdugón de dolor lacerante y denso. Tus manos malheridas y prietas, sangrantes y entumecidas, víctimas entregadas al yunque del oprobio incesante y al martillo constante del tormento. Y sigue sonando la saeta: “Golpes y más golpes le dieron”.
¿Cuántos más, Señor? ¿Cuántos golpes más sobre la carne inocente de tus manos blancas, negras o amarillas, payas o gitanas, cuántos golpes más has de recibir todavía?...
Si Tú, Señor, quisieras desatar tus manos…Si Tú, Señor, dijeras “basta” a los secos golpes del odio y la violencia, de la xenofobia y la guerra, del egoísmo y la pobreza…
Pero Tú callas, humillado y dolorido, y tus manos siguen atadas, golpe tras golpe, y pasas lento y suave, mecido mansamente mientras acaba la saeta. Y a mí, Señor, en la calle Mariblanca me sube entonces por la garganta una angustia muy amarga cuando te miro a los ojos y comprendo que las manos que deben desatarse son las mías, que para que haya paz y justicia, armonía y esperanza, tus manos han de ser las nuestras, que eso es lo que Tú quieres para que en este mundo rompamos de una vez por todas tus cadenas.
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Pedro Merino Mata
Ay, Señor de los Gitanos, “amarrao” Tú a tu Columna y nosotros a nuestras humanas miserias, siempre nos fijamos en los boquerones de oro de tu cadena.
Pero a mí me conmueven tus manos. Tus manos encallecidas de carpintero, Señor. Tus manos atadas y enmorecidas como un enorme verdugón de dolor lacerante y denso. Tus manos malheridas y prietas, sangrantes y entumecidas, víctimas entregadas al yunque del oprobio incesante y al martillo constante del tormento. Y sigue sonando la saeta: “Golpes y más golpes le dieron”.
¿Cuántos más, Señor? ¿Cuántos golpes más sobre la carne inocente de tus manos blancas, negras o amarillas, payas o gitanas, cuántos golpes más has de recibir todavía?...
Si Tú, Señor, quisieras desatar tus manos…Si Tú, Señor, dijeras “basta” a los secos golpes del odio y la violencia, de la xenofobia y la guerra, del egoísmo y la pobreza…
Pero Tú callas, humillado y dolorido, y tus manos siguen atadas, golpe tras golpe, y pasas lento y suave, mecido mansamente mientras acaba la saeta. Y a mí, Señor, en la calle Mariblanca me sube entonces por la garganta una angustia muy amarga cuando te miro a los ojos y comprendo que las manos que deben desatarse son las mías, que para que haya paz y justicia, armonía y esperanza, tus manos han de ser las nuestras, que eso es lo que Tú quieres para que en este mundo rompamos de una vez por todas tus cadenas.
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Pedro Merino Mata
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